"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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09-06-2010 |
Historia de la nación inconclusa.
Paul Taboir en su “Historia de la estupidez humana” narra que Felipe III de España, postrado en una silla, murió quemado porque al incendiarse el Palacio no encontraron al noble Encargado de la Silla, único autorizado a moverla (1621). El infortunado fue víctima de que nadie se atreviera a la “mala onda” de predecir su suerte si otro no asumía la función del sillero oficial. El pensamiento único y la estupidez tienen larga data y para combatirlos seguiremos polemizando con las “verdades reveladas”; por ejemplo, acerca del Bicentenario de la Independencia.
La independencia se preludia con las Reformas Borbónicas, cuyo principal ejecutor es Carlos III. Buscan desarrollar el capitalismo en España y las colonias, para lo cual flexibilizan el régimen de monopolio: habilitan nuevos puertos (trece en España, veinticuatro en Hispanoamérica), permiten que los `navíos de registro' comercien entre puertos preestablecidos, suprimen trabas del comercio intercolonial, etc. Pero en la relación España-colonias buscan incrementar el aporte de éstas a aquélla (mayor explotación) y asegurar la dependencia. Privilegian el ejército y un cuerpo de administradores profesionales tendientes a quitarle protagonismo a los criollos, explotando, en primer término, la minería. Lógicamente, afectan los intereses de los criollos, preparando las condiciones para la posterior lucha por la independencia.
Las reformas agudizan el desarrollo de Hispanoamérica haciendo que su economía se oriente hacia el mercado exterior, relegando la integración interna. Los resultados son la quintuplicación de la producción minera (a partir de 1700), el aumento de las exportaciones de oro y plata en cincuenta años (1750-1800) respecto al largo período anterior (1492-1700) y el pujante crecimiento de las exportaciones tropicales (café, cacao, azúcar, algodón). Hay reafirmación de los monocultivos, intensificación o reimplantación de la esclavitud y de diferentes formas de servidumbre y surgimiento de un rico comercio importador-exportador en Lima, El Callao, Santiago, Valparaíso, Guayaquil, Cartagena, Buenos Aires, Montevideo, convertidos en polos de desarrollo limitados y dependientes. En síntesis, se acentúa la prosperidad del capital comercial ligado al sistema mundial cuyo centro es la Inglaterra de la Revolución Industrial. Pero esto no evita que España se rezague y su rol se reduzca al de intermediaria entre las colonias y las potencias más industrializadas. Por otra parte, como la producción española no alcanza para cubrir las necesidades de las colonias, se incrementa el contrabando. Los criollos soportan (y a la vez trampean) el monopolio comercial temerosos de los atropellos de potencias rivales, pagando una especie de seguro caro a España. Bien expresa Manuel Belgrano al Brigadier. Beresford (al mando de la flota invasora del Río de la Plata) que le pintaba la excelencia de la dominación inglesa: “amo por amo, siempre es preferible el antiguo”.
Pero el viejo amo desaparece. Y la tragedia hispanoamericana deviene –en gran parte- de la ausencia de una clase social capaz de cumplir las funciones históricas de la burguesía occidental, ésa sí apta para romper las barreras materiales y mentales del feudalismo. En ´nuestra América' es una clase típicamente de transición, un poco esclavista, un poco feudal, un poco burguesa. En todo caso es dependiente, intermediaria, a la que J.P. Sartre califica de “burguesía de hojalata”. No son “capaces de edificar un capitalismo industrial autóctono y libre de coyundas” según Trías. Ya en su tiempo el célebre Alexander von Humboldt observa que la aristocracia se oponía a la independencia porque “no ven en las revoluciones sino la pérdida de sus esclavos” y que “aún preferían una dominación extranjera a la autoridad ejercida por americanos de una casta inferior”. Hundida España, trabados hasta los polos de desarrollo limitado, no le “queda otra” que la independencia. Tratará de que el proceso no se le escape de control para seguir siendo explotadora, aceptando la alianza subordinada con el nuevo colonialismo británico. Por sobre todo teme a las revoluciones populares. Está fresca la insurrección de Túpac Amaru y la de sus sucesores como Túpac Catari en Alto Perú, tiembla ante el jacobinismo francés o la revolución de los negros y mulatos de Haití. La extensión de la insurrección de Túpac Amaru llega hasta Buenos Aires, con la “Conspiración de los Franceses” (1795) vinculada a los “tupamaristas” por medio del mestizo correntino José Díaz Moreno. El Inca rebelde es comparado con Cromwell y Robespierre y las acusaciones de “tupamaro” le llueven hasta al fanático realista Gobernador Elío.
La lucha de clases está entablada. Sólo que en un modo de producción en transición y un sistema capitalista incipiente, las clases sociales no son iguales a las del capitalismo actual. Son clases-estamentos, porque cada clase lleva consigo –como la tortuga su caparazón- su propio orden jurídico, en tanto que no se ha alcanzado la igualdad ante la ley, conquista de la burguesía. Como apreciaremos, las fuerzas disociadoras podrán más que las unificadoras y los combatientes políticos y militares del movimiento independentista movidos por un ideal nacional americano, terminan siendo estigmatizados por los beneficiarios de la subordinación. “Liberarse de los libertadores” pasará a ser el pensamiento de moda.
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